El Obispo Auxiliar electo, Eduardo Redondo, saluda a la Diócesis de Quilmes

Viernes 14 de octubre del 2022
Aniversario Canonización de San Romero de América (2018)

A todos los hermanos y hermanas que caminan en la Diócesis de Quilmes:

El Señor siempre ha sido bueno conmigo, siempre ha sido fiel, a pesar de mis fragilidades, de mi pequeñez y de mis temores. Su amor me puede, su Pueblo me enamora, me quita el miedo y me regala Su confianza.

El Papa Francisco explica con su vida sencilla y con sus palabras que: “el episcopado es un servicio, y nunca deberá ser un cargo honorifico del que vanagloriarse”. Con estas palabras sabias de nuestro querido hermano mayor Francisco, quiero asumir este servicio ofreciendo mi disponibilidad, presencia y cercanía, y llegar al corazón de cada uno de ustedes, mis hermanos y hermanas muy queridos, darles un abrazo sincero y fraterno. Cuánto me gustaría compartir un mate con cada uno. Estos signos tan nuestros nos acercan y nos hacen más hermanos.

Hoy les abro el corazón y los abrazo desde la sierra del Perú, en Huancayo, a los 3200 metros de altura, donde el Señor me ha enviado como misionero. Quiero compartirles mis deseos de paz, de unión, de salud y de trabajo para todos, en este tiempo en que Jesús nos invita y nos provoca a caminar juntos como Pueblo en la Iglesia de Jesús.

La noticia de que el Papa Francisco me ha elegido para este servicio de ser Padre Obispo auxiliar de la diócesis de Quilmes, además de inesperada, me agarró como un baldazo de agua fría. Nunca he sido otra cosa más que un cura, soy sencillamente un “compañero de trabajo de Dios” (1Co 3,9), y no he buscado ser más que eso, que, además, me queda grande.

Desde antes de ingresar al Seminario he conocido y aprendido mucho de la Iglesia de Quilmes, la cual siempre ha sido muy significativa en mi camino vocacional. Cómo no recordar el camino eclesial profético de esta Iglesia, cómo no hacer presente al Siervo de Dios, Padre Obispo Jorge Novak, su compromiso con los pobres, su lucha por los derechos humanos, durante y después de la dictadura, su espíritu misionero y su corazón ecuménico. Cuánta memoria, cuánta vida fecunda que hay que custodiar, cuidar, proteger y promover. Es la vida de Jesús que ayer, hoy y mañana acompaña y camina junto a su pueblo. Como a Moisés, cuando quiso acercarse y mirar a la zarza ardiente, Dios me dice: “Quitate las sandalias, la tierra que pisas es tierra sagrada” (Ex 3,5). Así quiero vivir y estar con ustedes. Junto al Padre Obispo Cacho Tissera, hombre de Dios y muy cercano con su pueblo, quiero ser un hermano menor y un aprendiz de pastor. Tenerlo a él como padre y Obispo es como un bálsamo que, en medio de tantas situaciones nuevas, me pacifica el corazón.

Soy argentino, tengo 55 años, nací en Parque Patricios, fui ordenado sacerdote en Mataderos en 1998, y soy sacerdote operario diocesano, mi familia en la Iglesia. Los operarios me han enseñado a ser cura, me enseñaron a rezar con los pies en la tierra y el corazón en Papá Dios, a ser y hacer familia con mis hermanos sacerdotes y con todos, compartiendo la vida y la misión juntos, trabajar al servicio de los jóvenes, las vocaciones, los sacerdotes, las parroquias, siempre comenzando por los últimos.

Mi vida siempre ha estado marcada por la misión, recuerdo las palabras de Don Helder Cámara, santo obispo y profeta del Brasil quien afirmó lo siguiente: “Misión es siempre partir y comenzar de nuevo. Misión es, quebrar la corteza del egoísmo que nos encierra en nuestro yo, no es necesariamente devorar kilómetros, es sobre todo abrirse a los otros como hermanos, encontrarlos y amarlos”. Dios me llevó por muchos caminos: Brasil, Buenos Aires, Roma, Cuba y ahora, me bajó de un hondazo desde la altura de Huancayo en la Sierra del Perú, donde la gente es muy buena, cariñosa, cercana y muy colaboradora en todo y, de repente, me hizo volver a mis raíces y estar entre ustedes. Dios sabe por qué. Quiero ser servidor y hermano de todos en esta tierra sagrada.

Esto último le pido a Jesús y a su Santo Espíritu, poder ser una persona con los brazos abiertos, que me regale la gracia de saber escuchar, saber hacer silencio, saber hablar con prudencia y mansedumbre, para abrirme y encontrarme con cada uno de ustedes y amarlos con el corazón de Dios. Pongo por mediadores en la misión que se me encomienda a María de Lujan, Nuestra Madre Inmaculada, a Santa Teresa de Ávila, al Santo Cura Brochero, a San Óscar Romero, al Beato Angelelli y compañeros mártires, al Beato Manuel Domingo y Sol, y a todos los sacerdotes operarios mártires. Pido a ellos que intercedan por mí para que pueda ser un buen hermano y compañero en el camino de la fe. Necesito la oración de todos, yo me comprometo con las mías por ustedes.

Con mis deseos de paz y bien.

+ Eduardo Gonzalo Redondo

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